jueves, 15 de noviembre de 2012

Reflexiones post 14N

Ha pasado el 14N y me siento en el día de la marmota, donde jamás cambia nada y el hastío se puede sentir en el aire. Estoy desencantado y sinceramente cabreado, no sé muy bien por qué, ni con qué o con quién, así que permitidme que me desahogue.

Porque aquí hay para todos, desde las administraciones que dejan el alumbrado público encendido para falsear los datos de consumo eléctrico, pasando por gobierno y patronal con declaraciones esperpénticas, el pueblo que se queja con vehemencia pero luego pasa de todo y terminando en unos sindicatos que han tomado la huelga general, que debería ser un último recurso excepcional, como si fuera una verbena de amigos de edición semestral.

Empecemos con algunas declaraciones que se han ido viendo, oyendo o leyendo estos días, que además suelen ser los argumentos de siempre:

«La huelga daña la imagen de España». Claro, y la corrupción e inoperancia demostrada por nuestra clase dirigente no.

«Con el dinero perdido por la jornada de huelga dedicado a obras sociales se podrían evitar el 80% de los desahucios anuales». Totalmente de acuerdo. Es más yo estoy convencidísimo de que el dinero generado por el país en la jornada de hoy (que no ha habido huelga) nuestro gobierno lo va a destinar a obras sociales. ¿Tú no? qué desconfiado eres... Ahora en serio, si una frase sirviese para definir los conceptos de demagogia y desvergüenza, sería esta o una parecida.

«La huelga no nos ayuda a encontrar soluciones». En los cuatro años que llevamos de crisis ha habido tres huelgas generales. En los otros mil quinientos días no habéis sido capaces de encontrar solución alguna.

«La huelga es un torpedo a la recuperación». Estamos ya acostumbrados a que cada noviembre-diciembre salga uno o más iluminados a decir que lo mejor del año que termina es que el siguiente será peor ¿Qué recuperación? ¿Os creéis que somos idiotas?

Pero los trabajadores también tenemos nuestra ensalada de palos tras una jornada como la de ayer.

Jamás reprocharé nada, ni a los autónomos, ni a aquellos de cuyo sueldo depende una familia siendo eventuales, pero aquellos compañeros que teniendo el puesto de trabajo asegurado han preferido no perder un día de sueldo por solidaridad con tantos otros, en mi opinión actúan desde el egoísmo. En este saco incluyo a todos aquellos que hayan podido hacer huelga «de mentira», solicitando un día de permiso para no perder dinero.

Egoísmo significa mirar únicamente por uno mismo ignorando el bien común y solo con esos principios seguiríamos trabajando 12 horas diarias en condiciones infernales por un mendrugo de pan. Nuestros derechos, esos que creemos otorgados de nacimiento por la benévola sociedad occidental, tienen sus cimientos en la sangre de miles de trabajadores que se sacrificaron con la esperanza de dejar un mundo mejor a sus hijos. Puede ser políticamente incorrecto, pero convendría no olvidarlo.

Claro que también comprendo que gran parte de este problema de baja participación viene provocado por los propios sindicatos.

Y es que la fuerza de una huelga general radica en su excepcionalidad. Es el «estado de excepción» que puede decretar la clase obrera y NO se puede usar cada pocos meses o cada año, cada vez que sale una ley o una reforma por muy injusta que esta sea. ¿Os acordáis de la primera huelga general? Ahí sí se paralizó España entera. Desde entonces cada convocatoria ha sido menos exitosa que la anterior y el fracaso siempre ha sido directamente proporcional a la cercanía de la anterior convocatoria ¿eso no os dice nada?

No penséis que no creo que el 14N estuviera justificado. Lo estaba de sobra. Tenemos mil motivos ya que los derechos de los trabajadores han retrocedido 30 años y los servicios públicos (y con ellos los derechos básicos de millones de personas) van camino de la extinción. Simplemente digo que, si no hubieran existido las tres huelgas generales anteriores, el éxito del 14N, incluso en esta época de miedo y privaciones, estoy convencido de que hubiera sido muy superior y ahora gobierno y patronal no podrían lanzar el argumento envenenado de un liderazgo del movimiento obrero errático, sin ideas y en divorcio con la mayoría de los trabajadores a los que dice representar.

Porque engañarnos sería un suicidio: Una huelga general en la que alrededor del 50% del sector público, el 90% del comercio y casi todos los autónomos no han secundado es un puñetero fracaso. Una huelga en la que el consumo de energía decae menos de un 20% respecto a un día normal es un puñetero fracaso (pese a la desvergüenza del alumbrado público). Una huelga general en la que si no te cruzas con un piquete o no ves las imágenes de los telediarios ni te enteras de que se ha producido, es un puñetero fracaso.

¿Y qué hacemos entonces con cada reforma, con cada decreto, con cada acción que nos deja en una situación aún más precaria? ¿qué hacemos cuando día a día se nos vende, no ya que debamos hacer más sacrificios, sino que debemos ser directamente sacrificados? La respuesta es usar las dos únicas armas que tenemos realmente como pueblo: Primero aprender a votar y después expresarse en las calles.

Votar no es ir a fichar cada cuatro años «a los tuyos». Es un ejercicio de responsabilidad en el que hay que leer cada programa, cada propuesta, cada idea expresada y combinarlo con la credibilidad que te merezca quienes lo presentan. Se trata de sopesar qué convendrá elegir en cada momento y hacerlo, sin miedo al "no sirve de nada" y huyendo como la peste del «voto útil».

Aquí se nota mucho que España es un país que carece de tradición democrática, con grandes bloques que nunca jamás cambian el color de su voto y que pasarían más por hooligans de un club de fútbol que por ciudadanos responsables.

Mención especial para aquellos que directamente pasan de ir a votar y luego se indignan porque el 30% del electorado sirve para lograr una mayoría absoluta aplastante. El camino es votar a alguien, pero votar, y si no hay nadie que merezca tu confianza crear un partido con tus ideas para entrar en el menú y que otros te puedan elegir a ti. El movimiento 15M perdió una oportunidad magnífica renunciando a seguir ese camino. Hubieran canalizado la rabia y la frustración de muchos y quién sabe el impacto que hubiera podido tener en el parlamento. Ahora son un movimiento casi olvidado, diluido como todos los movimientos que renuncian a un liderazgo visible y a unos objetivos claros.

O se hace así o se busca una revolución: defenestrar a la clase dirigente y esperar el inevitable «quítate tú para que me ponga yo» que vendría después, con la esperanza de no caer en el proceso y de que los que vengan sean mejores.

Y en cuanto a expresarse en las calles hay poco que decir: cantidad y calidad.

Calidad porque resulta muy fácil desviar la atención a base de poner el foco sobre los altercados que casi siempre se producen. No importa que haya diez mil que se manifiestan cívicamente, en cuanto haya 20 merluzos rompiendo escaparates o quemando mobiliario urbano, gracias a la inestimable labor de los medios de comunicación que buscan el morbo de la confrontación como un tiburón la sangre, quedará automáticamente deslegitimada la manifestación y legitimado el uso del monopolio de la violencia por parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Aquí viene el segundo efecto no deseado: meter miedo a la gente para futuras movilizaciones. Por este motivo es imprescindible comportarse cívicamente en todo momento. Si eliges el camino de la revolución no vayas a provocar a los antidisturbios, emprende acciones más elevadas. Si eliges el camino democrático no hagas el imbécil.

Cantidad, porque pese a lo anterior, si en lugar de unos miles o pocas decenas de miles, fueran varios cientos de miles no resultaría nada fácil deslegitimar el clamor popular pese a que las calles, literalmente, ardieran. Si fueran millones no habría forma de impedir el tambaleo de cualquier gobierno, por mucha mayoría absoluta que tuviera.

¿Es imposible? ¿Ya se llega a cifras que son un éxito? Me da igual lo que se diga, así como las esperpénticas guerras de cifras: no es suficiente. Allá donde vas escuchas la rabia, la impotencia, el descontento, la desesperación en la inmensa mayoría de la gente, pero a la hora de la verdad parece que siempre se manifiestan los mismos.

Y en este caso yo soy el primero que entona el mea culpa. A la manifestación de ayer no fui por tener que quedarme en casa cuidando a mi hijo y a pesar de creer que está justificado, siento que algo no está bien en mi interior por no haber acudido. No en vano a lo largo de mi vida no he sido una persona que haya asistido a demasiadas manifestaciones aun estando de acuerdo con sus motivos. Ahora veo con claridad que he actuado mal e intentaré que esto cambie en el futuro. Creo que es el camino y hay que empezar a andarlo.

En definitiva, igual que no votar, quedarse en casa si crees que tienes motivos para protestar tampoco sirve de nada. Sucede igual que con el mal y las buenas personas: para que el autoritarismo triunfe, basta con que las personas con espíritu democrático no actúen.

¿Queréis cambios? Solidaridad, elecciones y calle.

Pacíficamente no hay más caminos.

domingo, 11 de marzo de 2012

Carta a mi hijo

Hijo mío, hemos tenido que enseñarte entre todos como hemos podido para que no crecieras como un analfabeto funcional. Hemos tenido que decidir pasar muy poco tiempo contigo porque la alternativa era no poder darte de comer. Hemos tenido que echar mano de remedios caseros cuando has caído enfermo y rezar a un Dios en el que no creo para que no desarrollases cualquier cosa más seria que un catarro.

Yo y tu madre lo tuvimos mucho más fácil, en nuestra época aprendiamos en una escuela que solía estar cerca de casa, no a 20 kilómetros como ahora, y donde rara vez éramos más de 30 por clase. Luego fuimos al instituto e incluso a la universidad (aunque he de reconocer que eso no nos sirvió de mucho a la mayoría). Nuestros padres, con todos sus problemas, podían aspirar al menos a tener un hogar con una cierta estabilidad, sin preocuparse pensando dónde irían a trabajar al día siguiente o cuanto les pagarían por pasar todo el día fuera de casa. Algunas veces, asómbrate, incluso no hacía falta que trabajasen los dos para mantener la familia entera. Si caíamos enfermos nos llevaban a un médico y nos daban medicinas. Tienes que entender, aunque sé que te costará hacerlo, que los abuelos no eran ricos a pesar de lo que te estoy contando. Simplemente en aquellos tiempos todos teníamos derecho a la educación, a la sanidad y a un sueldo digno por trabajar.

Sé que oirás que todo aquello se perdió por culpa nuestra y la verdad es que no puedo negarlo. Nadie de mi generación puede hacerlo.
Te contarán que lo perdimos por vivir por encima de nuestras posibilidades, por no producir lo suficiente, por endeudarnos en exceso, que se acabó la fiesta y hubo que pagar la cuenta, que aún hoy la estamos pagando. No te dejes engañar. Sí, nosotros y nadie más fuimos los culpables de llegar a esta penosa situación en la que has tenido que crecer, pero no fue por derrochadores sino por cobardes, por no luchar lo suficiente para conservarlo, porque aún teníamos luz, agua corriente, televisión, internet y fútbol. Preferimos adaptarnos, como se adapta un rebaño de corderos al subir en el camión que les llevará al matadero, antes que cortar unos cuantos cuellos a tiempo. Éramos tan civilizados, estábamos tan anestesiados, tan cómodos, tan mansos, tan apesebrados, que no solo no fuimos capaces de levantamos por el futuro de nuestros hijos (te ruego que me perdones), sino que no nos dimos cuenta de que ya no había nada que perder hasta mucho tiempo después de haberlo perdido.

Lo siento hijo. Lamento haber actuado como lo hice.

Aún no soy demasiado viejo, pero sé que me queda poco tiempo (aprendimos que no hace falta una guerra para reducir drásticamente la esperanza de vida, basta con eliminar la asistencia sanitaria) pero me iré con el consuelo de pensar que tal vez vosotros sí estaréis preparados para hacer lo que debéis hacer, porque no habéis conocido todo lo que nosotros perdimos, y cuando no conoces más que pobreza y miseria no existe el miedo. Lo único que lamento es que no podré ver el momento en que os alzéis y paséis a cuchillo a los descendientes de los hijos de puta que perpetraron la mayor estafa de la historia de la humanidad.